MAITE CANALS – UNA VIDA PARA SER CONTADA

Una Vida de Amor, Lucha y Resiliencia

Maite Canals vivió su infancia en L’ametlla de Merola, una pequeña colonia textil en el norte de la provincia de Barcelona. Fue la segunda hija de 5 hermanas. Siempre estuvo unida al teatro y la cultura. De niña actuó en la representación teatral navideña «Els Pastorets», que cuenta con una tradición que ya ha trascendido varias generaciones. Su padre fue uno de los directores de la obra y ella actuaba, junto con otros miembros de la familia, entre decorados, efectos especiales o músicos en directo. Tras sus estudios, siendo aún muy joven, fue enviada a Madrid para cuidar de su tío, una figura prominente en la Iglesia Católica, en el episcopado cercano Plaza Mayor de Madrid. Este ocupaba un cargo eclesiástico importante, tras la figura del obispo.



En Madrid, dentro del mundo eclesiástico que le rodeaba, Maite conoció a Manolo Sevillano, un sacerdote de Agreda, provincia de Soria, secretario del Obispo, que desde niño había orientado su vida a la iglesia. Ambos se enamoraron y, debido a las difíciles circunstancias de España en esa época y su no menos fácil situación, optaron por emprender un viaje en barco hacia Perú a principios de la década de los 70. 

A su llegada a Lima, fueron invitados por sus contactos en la iglesia para trabajar en Villa el Salvador, una zona desértica en las afueras de la capital, a la que se habían desplazado miles de personas tras el devastador terremoto de 1970. Colaboraron en la construcción de viviendas de madera y en el reparto de recursos de primera necesidad para la población, viviendo en las mismas condiciones que el resto de desplazados. Esta experiencia les marcó como pareja, y les llevó a construir su proyecto de vida alrededor de la Teología de la Liberación, una corriente cristiana enfocada en ofrecer soluciones de desarrollo para las zonas más oprimidas.

En la búsqueda de este ideal, se mudaron a una humilde casa de adobe en las afueras de Bambamarca, localidad andina a 2.532 metros de altura, llevando una vida sencilla y muy cercana a los pobres durante más de una década. Maite y Manolo tuvieron allí a tres de sus cuatro hijos: Juanjo, Koya y Lupe. Durante sus años en Bambamarca, ambos estuvieron muy involucrados en la lucha obrera y campesina. A raíz de fragmentos de sus diarios, el periódico local y aportaciones de su familia, se publicó un libro titulado “Injertados en el Pueblo”. La huella que dejó su trabajo y compromiso sigue viva en la zona y en algunos libros de historia de la comarca.



En 1981, la familia regresó a España, y poco después de su llegada, Maite dio a luz a su cuarto hijo, Manuel. Se establecieron nuevamente en L’ametlla de Merola. Junto con su marido Manolo, impulsaron el grupo de jóvenes “El Cau” que promovían el desarrollo cultural y la educación en valores de niños y jóvenes con actividades y colonias. Sin embargo, tres años después de su regreso, el momento más trágico de su vida llegó. Su marido Manolo murió atropellado en un accidente de tráfico.

La pérdida de su esposo dejó a Maite en una situación de alto riesgo. Tenía 39 años, viuda, con cuatro hijos de 3, 8, 11 y 12 años, y sin haber trabajado en las últimas dos décadas en España debido a su estancia en Perú.

Desde la muerte de Manolo, varios de sus amigos de los años vividos en Perú le ayudaron enviándole dinero para poder seguir manteniendo a su familia, lo cual fue un gesto de amor y apoyo para Maite fundamental.

Un año y medio después, en 1985, la vida de Maite tomó un nuevo giro. Se le ofreció una oportunidad en un nuevo destino desconocido para ella, Rioseco de Soria. Este pequeño pueblo de menos de 100 habitantes le ofreció una casa gratuita a cambio de la limpieza del colegio, el ayuntamiento y el consultorio médico semanalmente. Además, se le ofreció un trabajo en Abioncillo, un pueblo cercano, como cocinera para los campamentos de los niños.

Desde su llegada, Maite dejó huella en la localidad por su manera de ser diferente, probablemente debido a la vida nada convencional vivida hasta entonces. Inició la asociación cultural, la representación de obras de teatro en las que participaba gente de todas las edades e impulsó la recuperación de tradiciones abandonadas, como la romería de San Torcuato, que sigue celebrándose en la actualidad. También formó parte del Ayuntamiento del pueblo durante años. Su casa siempre estuvo abierta a forasteros, con infinidad de personas que iban y venían pernoctando en ella y con trabajadores de la zona y abuelos locales comiendo en ella a los que les preparaba comidas y cenas.



Rioseco de Soria inició con Maite y sus hijos un programa para mantener la escuela abierta, con muchas familias con niños que llegaron al pueblo a cambio de alojamiento en casas pertenecientes al Ayuntamiento. La escuela siempre ha necesitado más de cuatro niños para no cerrarse, siendo casi imposible reabrirla en un futuro. Este programa es un éxito incluso a día de hoy y en este momento Rioseco de Soria es el único de los pueblos pequeños de la zona con escuela en funcionamiento.

Durante su etapa en Rioseco, a inicios de los años 90, Maite sufrió de cáncer de mama, del cual se recuperó tras una operación al haberse detectado a tiempo, tras muchos viajes a San Sebastián, en los que su hijo pequeño Manuel era cuidado largos periodos por otras familias del pueblo y amigos de Soria.

En 1995, su hijo mayor Juanjo junto a su novia Mari Cruz, siendo muy jóvenes, inauguraron el Hotel Rural “Los Quintanares”, siendo Maite la cocinera del restaurante en sus inicios.

En 2010, tras su jubilación y a la edad de 65 años, decidió construirse su propia casa en el pueblo, “Casa Maite”. En ese momento descubrió una pasión y talento por el dibujo y la pintura. Prácticamente la totalidad de los cuadros que decoran su casa fueron pintados por ella.



Maite, una mujer paciente, activa, bondadosa y cariñosa, falleció en 2015, a los 70 años de edad, tras la reaparición en su vida del cáncer sufrido 25 años antes. Tras su muerte, y de manera espontánea, los habitantes del Rioseco de Soria le rindieron un aplauso el día 24 de diciembre, momento en que se reúnen para el encendido de las luces de Navidad en la plaza del pueblo. Igualmente, en su funeral, los asistentes decidieron despedirla con un sentido aplauso, demostrando la importancia de Maite para todos ellos.

Su vida es un testimonio de amor, lucha y resiliencia, y su legado sigue vivo en las vidas de las personas que tocó.